56. La hermosa diabla
Las llamas de la ira desgarraban su cuerpo. Con pasos vacilantes se acercaba a la ventana, desde donde se podía ver aquella ciudad cruel. El sol brillaba alto en el suelo, bañaba las calles traicioneras con su calor, mientras el viento frío azotaba la casa en la colina donde se había refugiado. Los amigos, sus amigos, caminaban deprisa, como meras cucarachas sobre el asfalto ardiente, buscando algo en que invertir su tiempo.
Una nueva víctima, le gustaría pensar. Porque, aquello significaría que habían terminado con ella. La habían desechado como una cosa inútil y usada, después de exprimirla hasta la última gota.
La puerta de la habitación se abrió, dejando entrar a aquella hermosa que la había cegado. La joven sonreía, su sonrisa mostraba todos sus dientes perlados; mientras extendía una mano en su dirección. Levantó la mirada, solo un poco, hasta llegar a sus ojos, negros como la noche más oscuras; tan negros como el alma que habitaba aquel cuerpo hermoso.
¿Cómo no la había visto antes? La podredumbre que exudaba de todos sus poros. Solo un poco, antes de entregarle la vida sin pensar, sin vacilar. Se rindió, fue hacia ella, volviendo a someterse.