Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

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11. La invención del telescopio

Había pasado ya un mes desde el accidente que dejó ciega a Isabelita, pero Juan Roget seguía llorando por las noches.

Desde su mesa de trabajo, miró por la balconada abierta. Algunos tejados, la muralla carolingia. El brocal de un cañón asomaba entre las almenas apuntando a la luna. ¡Astro inalcanzable! Isabelita ya no podría tumbarse a contemplar su sereno paso en las noches despejadas. ¿Qué importaba ya la luna? Irónica, inútil, tan bella como invisible a los ojos cerrados para siempre. De poder hacerlo, cargaría aquella pieza de artillería y dispararía una salva que la destruyera. Que no apareciera más. Así nunca nadie podría contar a Isabelita lo espléndida que lucía la luna en las noches de julio. Pero ¿qué sabía un maestro de anteojos sobre armar un cañón? ¿Lo cargaría de lentes? Disparar cristales no le devolvería la vista a su hija y un cañón no era un anteojo, ni servía para ver mejor, por mucho que apuntara a la luna…

Súbitamente, Juan Roget dejó de llorar.

10 Responses

  1. Calamanda Nevado

    Ricardo, cuentas muy bien la impotencia de ese padre frente a la desgracia sufrida por su hija, y como la vida sigue y la luna continua alumbrando cada noche. Suerte y saludos

    1. Ricardo

      Muchas gracias, Juan Antonio. Así se inventan las cosas, enlazando ideas, por tristes que sean éstas. Como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga.
      Un saludo y suerte a ti también

  2. María Rojas

    Bonito relato homenaje. Además así son los astros, indiferentes a los padecimientos de los mortales.
    Abrazos

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