52. La jerga de los gatopardos
No era suficiente aquel giro de poder para abandonar. Mi ausencia en la jefatura de los gatos implicaba un hecho político diferencial: un golpe de estado para trastocar la vigilancia de las farolas y la cópula de las hembras con la retórica de la renovación. Pronto intenté diluir responsabilidades de mi gobierno en los tejados de la noche, porque las ciudades, liberales de día, en la oscuridad se llenan de brisas lunáticas y ladridos de conspiración. Es ahí donde pululan otros felinos advenedizos para aprovechar una coyuntura, cultivar una cultura de entendimiento, una cultura política, una cultura de aceptación. Por consiguiente, tras un ejercicio de competencia, un ejercicio de prudencia, un ejercicio de humildad, me arrimaré al poder; mi feudo es una monarquía amenazada, pero mantengo mis micciones territoriales y la variedad de mis maullidos. Es el momento de saber esperar: no habrá restauración, ni gobierno bipartito, ni reforma, ni ley revolucionaria desprotegida del exceso verbal. Todos cambiaremos para mantenernos igual.
Es difícil ser original cuando todo parece estar escrito, y cuando todos los autores parten, o partimos, de un mismo tema propuesto. Tu relato es realmente distinto, en el fondo y en la forma de contarlo, ambientado en ese mundo de gatos tan parecido al humano, donde todo parece estar en cambio permanente cuando la esencia nunca varía, en el que las ansias de poder son las mismas, por más que las formas y los conceptos de lo que es correcto cambien.
(Si no he acertado con mi interpretación dímelo sin problema).
Un abrazo y suerte, Antonio
Como bien sabes, Ángel, lo que hacemos es buscar y mantener el equilibrio a la vez. Das en el clavo con tu interpretación de excelente lector. De nuevo, agradecido por tus comentarios, que aportan a esta página un valor añadido. Un fuerte abrazo.
El príncipe de Salina tomando su sobrenombre en su más pura literalidad. Toda una fábula, o más bien anti-fábula. Saludos y suerte, Antonio.
Gracias, Antonio, por pasarte por aquí y dejar tu comentario. Gran libro, gran película. Y, en efecto, tiene bastante de antifábula, y no había pensado en ello. ¡Un fuerte abrazo, tocayo!