43. La leyenda del payaso triste
No sé por qué sucede pero sé bien lo que muchos de vosotros −demasiados, diría− veis en mí. Con absoluta claridad lo percibo cada noche cuando terminada la función, oscuro y vacío el escenario, algo preso todavía de mi propio personaje, siento como esquivan vuestros ojos los míos si por azar un instante con ellos se cruzan, como un extraño pudor −¿tal vez compasión?− de rubor de inmediato tiñe entonces vuestro semblante.
Es la leyenda que consigo arrastran todos los payasos del mundo: bromas, juegos, ropas de colores y alegre maquillaje que sin duda un mundo de lágrimas, dolor y muy ocultas heridas, apenas un instante disfrazan…
Tanto y tanto esta fábula se extendió que imposible resulta ya negarla.
Mas, creedme, no es cierta. Si concluida la función no halláis en el rostro del payaso una sonrisa, no juzguéis su mueca tristeza o amargura, no lo es. A vosotros su más bello tesoro regaló ¿no lo veis? e igual que tras la oscuridad alumbra siempre el nuevo día, al amanecer mil risas nuevas el payaso inventará. Esforzados artesanos de la alegría nosotros somos, debéis saber. Guardianes únicos de un conjuro que del tiempo y el olvido con ternura infinita resguardamos.
Ah, así que era una leyenda, como tantas… Pues qué bien. 😀
Pobres. Últimamente siempre parecen terroríficos y tristones… Gracias, Edita.
Hola, Marta. Me gusta la sonoridad «desusada» (por decirlo de algún modo) y legendaria de tu historia al leerla en voz alta. Parece realmente que el payaso esté ahí enfrente, hablándonos. Me ha gustado. Besos y suerte.
Muchas gracias, Jesús. Es bonito lo que me dices. Me alegro mucho de que te haya gustado. Un beso.