LA METÁFORA
(Del lat. metaphŏra, y este del gr. ìåôáöïñά, traslación).
1. f. Ret. Tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparación tácita.
2. f. Aplicación de una palabra o de una expresión a un objeto o a un concepto, al cual no denota literalmente, con el fin de sugerir una comparación (con otro objeto o concepto) y facilitar su comprensión.
Como señala Aristóteles en su «Retórica», la metáfora es la única cosa que no se puede aprender de otro:
La metáfora consiste en dar a una cosa el nombre que pertenece a algo diferente. Es una percepción que intuye una semejanza entre desemejanzas. El símil también es una metáfora, con una pequeña diferencia. Cuando Homero, hablando de Aquiles, dice «saltó como un león» hace un símil; cuando dice «el león saltó» transfiere metafóricamente a Aquiles la valentía del león. La metáfora es un símil abreviado sin la explicación del cómo. Gracias a ella, podemos aprehender algo fresco. Cuando el poeta llama a la vejez «paja que queda del trigo» nos da una nueva idea, un nuevo hecho por medio de la imagen de lozanía perdida, la cual es común a la vejez y la paja.
Es la metáfora una expresión relacionada con un objeto o idea particular, pero que se aplica a otra palabra o frase para dar a entender que hay una similitud entre ellas. Es decir, es el uso que se da a una palabra en un contexto diferente al suyo habitual.
Valerse de metáforas para expresar los pensamientos o emociones es una forma de enriquecer nuestro lenguaje. Los escritores las utilizan debido a buenas razones u objetivos, pues ayuda a inventar un nuevo sentido a las palabras, establece relaciones inéditas entre las mismas y descubre atributos insospechados de estas.
Así pues, la gran fuerza poética de la metáfora reside en su capacidad de multiplicar de forma ilimitada (los límites son los mismos que los de la imaginación: los que cada uno se quiera marcar) el significado «normal» de las palabras. Lo que, en definitiva, constituye la gran aspiración y la grandeza del arte.
El escritor debe esforzarse en mimar su mayor tesoro: el lenguaje. Debe ir siempre en busca de la expresión exacta, la más certera, la más sugerente. El primer objetivo es contar una historia que sea verosímil y llegue a su destinatario. Y para ello disponemos de muchos recursos útiles que nos ayudarán a potenciar el sentido del texto, su vigor, su capacidad de evocación y de sugerencia, que utilizados convenientemente, mantendrán al lector enganchado al texto.
El lenguaje literario rebasa las simples intenciones comunicativas de la lengua común: debe entenderse, pero además, buscar una suerte de plenitud. Su cualidad más destacada es la de ser un modo de decir indirecto: se dice una cosa y se pretende significar algo más. Digamos que se desdobla en dos niveles: por un lado el sentido que tienen las palabras según el código habitual; por otro, el sentido que el texto adquiere a la luz de los códigos artísticos (la retórica, las alusiones metaliterarias…) y los propios del autor.
Así el lector se sumerge en el mundo que el escritor ha creado y a menudo accede a un conocimiento de tipo intuitivo: renuncia a la comprensión estrictamente lógica de las cosas y a la interpretación literal de las palabras. Podemos decir, por tanto, que una de las bases primeras de la lengua literaria es el desvío o el alejamiento de los usos habituales del lenguaje.
En la actividad artística, la connotación es un vehículo esencial. El escritor vacía las palabras de su sentido habitual y rellena ese vacío con significaciones individualizadas de su cosecha, incluso pensadas solamente para esa ocasión. Y el ritmo es quizás el valor fundamental en la organización del texto, pues crea una corriente interior que lo recorre de punta a punta y le aporta cohesión y además, belleza.
En tiempos de Cicerón, se entendió la metáfora como una similitud abreviada; es decir, como una comparación. En el terreno de la comparación, recordemos que se utilizan enlaces: «como», «tal que», «más que»… Esta es la diferencia más obvia entre ambas, metáfora y comparación. En esta última, el narrador asocia dos imágenes, dos conceptos, y lo hace mostrando ambos, enfatizando la relación entre los dos, situándolos a igual nivel para extraer esa asociación.
Con la metáfora, avanzamos unos pasos más allá. Designa un objeto mediante otro que tiene con el primero una relación de semejanza. La metáfora viola las normas lingüísticas; por tanto supone una alteración, un cambio. Relaciona siempre dos elementos que son semejantes en alguna medida e identifica al uno con el otro.
En el fondo, sirve para dar mucha información en pocas palabras, abre perspectivas nuevas e invita a participar en ellas desde el punto de vista de los significados.
Dedico ilustración de la entrada a una que hoy cumple metáfora arriba metáfora abajo…
Vaya tesoro de post. Me da que cada vez me parecen más profesionales. Esto es como ir a clase online. Gracias, Susana, otra lección esperada.
Felicidades a la inspiradora de la ilustración y a Susana por explicarnos de forma tan profesional esa figura tan importante de la literatura.
Susana, ¿llamarte Seño es una metáfora? Pues te la tienes merecida.
Gracias por la lección.