10. LA MORGUE – EPI
Un 22 de diciembre, mientras todo Madrid escuchaba el soniquete de la Lotería Nacional, mi padre fallecía.
Se lo llevaron a la morgue. Por la noche me acordé de que no le habíamos puesto su anillo, así que me fui al hospital.
Los pasillos estaban vacíos, traspasé la puerta y empecé a bajar por la escalera.
El frío, la obscuridad y los ruidos de mis pasos, hicieron que mi vello se erizara.
Llegué a la puerta batiente y atisbé por el ojo de buey.
Una luz roja mortecina, alumbraba lo que parecían ser cuatro o cinco camillas cubiertas por sábanas.
Temblaba ostensiblemente cuando descubrí a mi padre, le besé en la frente y le cogí la mano derecha.
Tenía los dedos en garra, tuve que hacer mucha fuerza y al final, con un ruido que me pareció de ultratumba, conseguí enderezar los dedos, le coloqué el anillo y le tapé con la sábana.
Al salir y al pasar entre dos camillas, juro que una mano me agarró del pantalón y me quedé petrificado, mientras un líquido caliente mojaba mis piernas.
De un salto traspasé la puerta y decidí que no se lo contaría a nadie.
A veces siento esa mano.
Hay que alabar el valor de este muchacho, pues a pesar de estar aterrorizado, hizo lo que debía en un escenario de tormenta de pánico perfecta en el que la mayoría no se hubiese adentrado.
La mente juega malas pasadas y lo más probable es que la sensación que tuvo no fuese real, o tal vez sí. Ahí queda esta historia, para la interpretación de cada cual y para que se erice el vello, igual que al protagonista.
Un abrazo, Epi. Suerte
Epi, qué inquietante! Y esa frase final… da un poco de cague!
Buena historia.
Un abrazo.
Carme.
Leñe, qué susto, Epi. En la mejor tradición de las historias para no dormir de Chicho. Un pellizco para ti y suerte