07. LA MUJER RURAL
La mujer rural salió de su casa muy temprano. Le esperaba un largo viaje hasta Milwaukee (Wisconsin) en donde se celebraría el congreso. Los pajarillos la despidieron con sus trinos, los vecinos agitando sus pañuelos blancos frente al autobús y la secretaria del ministro de agricultura poniendo en sus manos un ramo de flores antes de que subiera al avión. La mujer rural llevaba una tartera con tortilla hecha con los huevos de sus “quicas”, porque la comida envasada seguro que llevaba demasiados conservantes.
En el acristalado edificio de la convención se fue encontrando con el resto de las congresistas que durante tres días debatirían sobre los problemas de las mujeres rurales del mundo: indias con sombreritos y trenzas, orientales calzadas con calcetines y getas, africanas tocadas con telas coloridas, nórdicas abrigadas con jerseys tejidos manualmente y a la “alternativa” representante de una gran ciudad que expuso la conveniencia de crear huertos ecológicos en las macetas de las ventanas.
Ya de regreso a su pueblo, la mujer rural iba repasando los documentos traducidos al español mientras meditaba –pensando en sus tareas aplazadas–, cuánto le gustaría trabajar como azafata de congresos con uniforme minifaldero y vacaciones pagadas.
Una convención de mujeres rurales…,original enfoque. Aunque la protagonista se muestra orgullosa de lo suyo, parece que el viaje y las nuevas experiencias le hacen desear otra vida. Quizás no le baste con la tortilla de huevos de sus quicas…
Enhorabuena. Saludos.
María José
Simpático relato. Casi nadie está conforme con lo suyo. Pero tampoco le arriendo la ganacia a las pobres azafatas: sonriendo permanentemente, de pie durante horascon esos taconazos , aguantando malas caras… Suerte y saludos.
Poner kilómetros de distancia desde su tierra de origen ha hecho que la protagonista se transforme. No hay nada como viajar para enriquecerse y contrastar, también para que comprendamos lo pequeño que es nuestro entorno, que antes creíamos un mundo, por no hablar de nosotros mismos.
Un abrazo, Paloma. Suerte
Parece que a tu mujer rural le ha deslumbrado ese cambio de aires, seguro que en cuanto escuche de nuevo los trinos de los pajarillos, charle al fresco con sus vecinos y vuelva a recoger los huevos recién puestos de sus «quicas», se le olvidan el uniforme minifaldero y las vacaciones pagadas. Felicidades y un beso, Paloma.
Mujer rural, mujer rural… Bah!, mejor estaba yo de azafata de congresos con uniforme ceñido y vacaciones pagadas por Canarias… Jajaja. Oye: lo de los huertos ecológicos en las macetas de las ventanas también está genial, eh? Saludos.
Un original planteamiento sobre el contraste entre la vida en el campo y en la ciudad. ¿Cómo no dejarse seducir por los trabajos urbanos menos duros y con más tiempo de ocio?
Un relato muy refrescante y muy bien contado, Paloma.
Un abrazo
Ver otros mundos y otras formas de vivir, alienta a cambiar lo que tenemos por lo otro, como les pasa a tantos que llegan en patera. La tierra prometida con apariencia de excelente: «Triste realidad la que les espera al otro lado a los que consiguen llegar». Nunca más se comerán un huevo de sus preciosas gallina, ni la leche de aquella delgada cabra! Suerte.
Besicos muchos.
Paloma, que buena historia y que bien la has contado. Suerte y saludos
Qué original propuesta esa convención de mujeres rurales.
Buen relato Paloma.
Buen relato. Cuanto intercambio hay en esas reuniones de mujeres.
Felicidades.