LA OTRA VERDADERA HISTORIA DE “EL 47”
Los domingos nos reunimos alrededor de la mesa. Mientras juego con mis nietos, observo a mi mujer. Con el cariño y la dedicación de siempre, y la ayuda de mis hijas y nueras, se asegura de que todo esté al gusto de todos. A veces, entre cuñados surge el debate de si esta «típica» escena familiar es matriarcado o patriarcado. Las discusiones, respetuosas y saludables, acaban entre risas y copas de vino, y con un tajante “yo lo hago porque quiero, me apetece y me hace feliz” de mi mujer. Irrebatible.
Aquel día, yo no tenía que ir al barrio de la Guineueta. Mi jefe me envió a entregar un paquete porque yo era un mocoso mozo de almacén. Y ella, mi querida esposa, volvía a casa después de su clase de corte y confección. Cuando Manuel, el conductor, dijo que secuestraba el autobús para subirlo al barrio de Torre Baró, me asusté mucho. Ella lo notó, y apareció de entre varios pasajeros para tranquilizarme. Desde entonces, siempre me acompaña.
Y todos los domingos me pregunto qué hubiera sido de nuestras vidas si no hubiéramos subido a ese autobús.