60. La Petite Mort
Nunca quise ser peluquero.
Apago el motor del coche en el parking de la Residencia de Ancianos.
Pero mi padre se empeñó.
Hoy tengo 32 clientes. Casi todo el centro.
Lo mío era la química, maravillosa química con la que consigo efectos, digamos, que sorprendentes.
Atiendo a todos con amabilidad.
Me costó pero lo conseguí. El elixir perfecto. La combinación mágica.
Aplico el aerosol en su medida justa. A cada uno lo suyo, dependiendo del momento en el que le atiendo. De forma que les haga efecto al mismo tiempo.
La pócima del amor. En forma de aerosol. Quien lo recibe siente una irrefrenable necesidad de dar amor, de recibir amor, de amar y ser amado.
Termino de peinar a la última mujer.
Me despido cariñoso. Bajo al coche.
El aerosol, al unísono, hace su efecto.
Mientras abro la puerta del vehículo oigo el comienzo del inmenso jolgorio.
Mañana tengo otra Residencia que atender. Nunca repito.
En la que acabo de dejar atrás muchos mayores, en plena orgía, revivirán lo que los franceses llaman «la Petite Mort».
Sonrío y conduzco.
En los alambiques espera mi próxima creación.
Una historia mágica, cautivadora. «El amor sobrevive a todo» (S○ren).
Suerte
Manuela