33. La primera vez
Con cada paso que daba acortaba la distancia. En su mente, en vez de avanzar, retrocedía. Sus pies se acercaban al futuro, sus recuerdos lo llevaban de vuelta al pasado, al ayer. Las manos le temblaban. Mentiría, diría que era por el frío de febrero que se cernía sobre la ciudad. Solo él conocería la realidad, como sus dedos se agarrotaban, como los huesos de su palma crujían ante una presión imaginaria. La presión del recuerdo, un dolor añejo que debía haber dejado atrás, pero que siempre lo esperaba en la esquina más oscura de su vida; solo para tirarlo una vez más al abismo.
Regreso o llegada, se debatía en su mente. Las calles por las cuales caminaba le eran tan conocidas, como si fuera solamente ayer que corría con sus amigos; refugiándose en el calor de las tiendas de la lluvia que, por ahí, llegaba sin avisar. Las calles eran iguales, a pesar de los años pasados, a pesar del agua que corrió. Él no era el mismo; el chico que se fue un día de otoño para, aunque no lo sabía, nunca más volver. Por eso, ese regreso suyo sabía a primera vez.
Tenemos en la mente recuerdos que hemos idealizado y eternizado, pero todo cambia, para empezar, nosotros mismos, aunque a menudo no nos demos cuenta, o no queramos reconocerlo.
Volver al lugar de la niñez, después de muchos años, supone encontrarse con un mundo diferente al que se conoció. El chico que se había ido regresó transformado en alguien distinto, a un lugar cambiado.
Un relato que nos dice que, si todo está en transformación y movimiento continuo, todo se vive, en realidad, por primera vez.
Un saludo y suerte, Aleksandra