123. La regadera de Manolita
Manolita es una mujer fría, de tez y alma resecas. No así su huerto, húmedo y prodigioso vergel, envidia de todos los lugareños. Raro es el día que no acude alguno para traerle cosas que plantar, pues saben que si Manolita siembra una loncha de jamón, en dos semanas germina un jamón entero, con etiqueta y todo. Y que si le dan un par de céntimos, los entierra, los riega, y en setenta días prospera una mata metálica de la que recolectará al menos un euro con cuarenta. Algunos visionarios aprovechan y le ofrecen billetes como semilla, pero ella entonces monta en cólera, y execra confusas maldiciones. También es áspera con los que no le pagan su parte, e incluso cuando alguien simplemente intenta mostrar gratitud alguna por su habilidad, por su paciencia, o por la productividad de su tierra, la hortelana nunca devuelve sentimiento alguno. Ni siquiera sonríe. Las malas lenguas dicen que está trastornada desde que su marido desapareció sin dejar rastro. Y quizás acierten porque cada amanecer, cuando nadie la ve, ella se aísla con su regadera en un rincón especial de su huerto. Ese bancal señalado con dos cañas en forma de cruz.
Tengo dudas. ¿Al marido lo mató ella? ¿La maravillosidad del huerto lo es por los fluidos emanados del difunto? ¿Manolita está como una regadera desde el óbito o desaparición del esposo? Sea lo que fuere, enhorabuena y suerte. Un saludo.
Alberto, buena historia y mejor narrativa. Suerte y saludos