56. LA RUTINA
Qué envidia nos daba aquel muchacho que siempre recibía una propina de crema mientras que nosotros teníamos que conformarnos con un cucurucho para dos. Cuando nos hacían esperar turno para el baño semanal en la palangana grande, él pasaba a un cuarto distinto con su toalla y una pastilla de jabón de olor. Entraba con una naturalidad propia de elegidos, como si se tratara de una rutina tras la que, bien lavadito, volvía a aparecer con un cuenco de crema de castañas y una cuchara.
—Vayan terminando, chicos —decía el fraile colocándose el hábito marrón y peinando con ternura el flequillo de nuestro compañero.
Pensábamos que de tanto comer castañas había dejado de apreciarlas, por eso casi nunca terminaba su ración. Tal vez también por eso tenía semejante color de ojos y de pelo, y su mirada tenía esa otoñal melancolía.
Un día supimos que el fraile se había ahorcado en un castaño, pero tras el revuelo, todo volvió a la normalidad. Todo salvo la presencia del elegido en la fila del baño, que nos dijo con voz monótona, rutinaria:
—El que quiera que le dé jabón de olor ya sabe lo que tiene que hacer.
Triste rutina JM. Estos cuentos a pesar de su temática o precisamente por ello, me encogen el alma. Felicidades y suerte.
Besicos muchos.
Esa rutina también es un relevo inconsciente en unas prácticas horrendas.
Un saludo
Juan Manuel
Tu relato no deja indiferente, pero está escrito con tal sutileza que hasta te llegas a olvidar de lo tremendo de la temática escogida. Bravo Juan Manuel. Un abrazo y mucha suerte.
Muchas gracias por leer.
Un saludo
JM
El premio recibido nunca compensa el precio que supone cuando se trata de prácticas horrendas, con menores como víctimas, tan horrendas son que el final del agresor no nos causa tristeza, lo que sí que es triste es que la víctima acabe por seguir el mismo camino, adoptar como natural el daño infringido y hacer que también lo reciban otros, una rutina que duele, un relato que no deja indiferente.
Un abrazo y suerte, JM.
Gracias por un análisis tan hondo.
Un saludo, maestro.
JM
Cuando el horror se hace rutina, parece que deja de serlo, pero es precisamente eso lo que da más escalofrío. Muy bueno.
Cuando el mal se convierte en rutina, se extiende sin remedio.
Un saludo
JM
Gran relato JM. Esa mirada de melancolía otoñal, que después él quería hacer rutinaria. Muy bien contado sin decir todo. Crudas realidades. Mucha suerte y un abrazo.
Gracias por la visita y por el comentario.
Un saludo
JM
Tremendo lo que trasciende tras este relato, hoy he oído a alguien en televisión rebelarse contra situaciones que como sociedad hemos «normalizado» siendo éstas absolutamente vomitivas. Cuánta delicadeza para despertarnos con tu relato sentimientos de reprobación y de tristeza infinita ante semejantes comportamientos.
Cuando uno asume el mal como algo normal y no se rebela, el mal se transmite y se normaliza.
Gracias por leer y comentar.
Un saludo
JM
No solo muestras el mal, JM, sino que vas a la raíz. La anulación y el odio que produce en la víctima que la lleva a repetir, quizás a modo patológico de resarcimiento, la inmundicia que él vivió.
Un relato que es, a la vez, testimonio y reivindicación.
Un saludo.
Esa era la idea.
Gracias por leer.
Un saludo
JM