122. La verdad metida en una caja de blanco sepulcral
Era Isolda una jirafa inocente, de ojos seductores con pestañas de abanicos de viuda y cuernos de piel de gamuza. El cuello largo, casi tanto como sus piernas temblorosas a punto de perder el equilibrio. Cuando llegó a la civilización, les pareció tan bella, que la metieron en una caja de día y de noche bajo una luz blanca. Todo el mundo podría verla.
Su cuello se dobló, sus orejas se aplastaron y sus rayas se esfumaron. Cuando las pestañas comenzaron a caerse y sus cuernos dejaron de brillar, hicieron una réplica en un museo nuevo con el doble de visitantes —¿Quiénes? No se sabe—
La verdadera y bella Isolda la metieron en una cámara herméticamente cerrada, con los más avanzados cuidados de la técnica. Hicieron camisetas, la subieron a las redes sociales. Miles de seguidores de todo el mundo querían una foto con ella.
Con el paso del tiempo, nadie sabe que ha sido de Isolda, ni siquiera se sabe si es una jirafa.