67. La vida en cromo
El jarrón carmesí que te regaló tu hijo estalla sobre la cómoda de caoba. Lo oyes justo cuando terminas el jersey diminuto, verde limón, improvisado al tuntún para el bebé. Has pasado la noche tejiendo en soledad, esperando la imagen que te mandarán entre los ramos de colores que les enviaste. Te quitas las gafas. Frotas los ojos y los sellas.
De pronto, la luz de la habitación, el carmesí y el verde se extinguen tras tus párpados. Solo queda la textura áspera de tus manos cruzadas en el regazo, mapa de venas y callos que heredaste de tu padre. Te evocan el humo denso y gris de la fábrica. Y al guapo aprendiz. Sonríes. Aún ves su bigote azabache meciéndose sobre el labio al verte pasar; el mismo que le temblequeaba al ser testigo del dolor, años después, en el desgarro del parto. No te queda una sombra de drama, no. La risotada de vuestro hijo aún tintinea en tu memoria, una nota alta y clara, grabada en clave de blanco y negro.
Hasta que vibra el móvil. El llanto de tu nuevo nieto rompe la ensoñación, reclamando su sitio en un vídeo a todo color.

