99. La vie en rose
Sucedió una noche lejana, en la tenue oscuridad de un local juvenil de ayuntamiento. José puso un casete de canciones lentas, se subió a su pedestal de guapo afrancesado y eligió a la más bella, a la más deseada. A la exuberante Rosa. Salieron a la pista de baile, y poco a poco se fueron formando otras parejas a su alrededor. Afuera las farolas de la plaza se encogían de frío, mientras en la sala sonaba Edith Piaf acariciando la cercana penumbra de sus hombros. Quand il me prend dans ses bras / Il me parle tout bas /Je vois la vie en rose— susurraba José en el oído de Rosa. Su mano ya exploraba más allá de la cintura. Apenas segundos más tarde, un estruendo repentino rompió la magia. Por entonces Alejandra y yo tratábamos de recuperar el aliento sin dejar de correr calle abajo. Nos escondimos bajo el puente a las afueras, junto al frescor del río. Apagamos nuestras risas en un primer beso cómplice y nervioso. José dejó de hablarnos. No fue nada personal. Es que nosotros éramos más de Mecano.
En todas las fiestas de pandilla, había un Don Juan que solo quería escuchar temas lentos, o más que escucharlos, quería bailarlos, con la más exuberante… en esas mismas fiestas, estaba el típico bailón, el más gracioso y querido por las chicas porque las hacía reír, el que ponía a Tequila o a Mecano, como en tu relato en rosa.
Te deseo suerte y felicidad.