69. Laberinto interno -Calamanda Nevado-
Si le recordaba que antes era una persona centrada, y podría volver a serlo, trataba de convencerme que daría su brazo a torcer. Pronto dejé de creerla. Borraba con una goma las buenas palabras y los deseos de cambiar. Nos descolocaban sus atrevimientos; verla humillarse. Después de ayudarla profesionales, aconsejarla y luchar para que dejara de pedir limosna en la calle, decidí irme. Me costó cargar con ese peso, hubiera deseado hacer realidad, “hasta que la muerte os separe”.
-No nos encontrará cuando venga a comer,- dije con alivio a nuestros hijos, recién duchados. Seguramente movido por algún ángel del cielo, mi vida entonces era confusa y había tocado fondo. Cómo podíamos vivir como si nada, rotos de vergüenza, si ya no era secreto para ellos su obsesión por la bebida y las apuestas. A punto estuvo de arrastrarme, y yo de dejarme llevar.
Ahora estrecho a mis hijos contra mi pecho, y el mayor no se deja. Es su viva imagen y se comporta igual. Me siento como un mierda. Por eso corro tras él dispuesto a echarle una mano siempre que lo necesite. Toco este tema a menudo, y me dice avergonzado: “Déjame una semana para pensarlo”.
Una persona que se deja arrastrar por las adicciones, o que no es capaz de salir de ellas, rompe compromisos y familias. La humillación y la vergüenza están servidas, no solo para quien las protagoniza, también, y eso es lo peor, para sus allegados. La genética predispone y debe tenerse en cuenta, de ahí los temores de este padre al ver la mala herencia en uno de sus hijos, que no quiere dejarse ayudar.
Un relato que muestra que el abandono y los problemas no afectan solo a quien los padece, son una onda que golpea a los más cercanos, un «laberinto interno» que se expande.
Un abrazo y suerte, Calamanda
hola Angel, gracias por tu comentario y enhorabuena por tu relato nº22