107- Lágrimas ácidas (Manuel Menéndez)
Contemplo el odiado reflejo en el espejo. Esta vez no apartaré la vista. Aguantaré la vergüenza que me producen mis ojos de batracio, mis orejas de soplillo, mis dientes torcidos. No derramaré lágrimas que resbalen por entre los cráteres de mi acné, solo estoy lleno de furia. La rabia desfigura aún más, si cabe, mis facciones cuando pienso en mi madre. 16 años repitiéndome que la belleza está en el interior, que cultive mi espíritu, que el físico se marchita con el tiempo. ¿Y para qué? ¿De qué me ha servido esta tarde toda mi sensibilidad cuando le he declarado mis sentimientos a Laura? ¿Cómo olvidar su expresión horrorizada, los cuchicheos de sus amigas o las risitas disimuladas, cuando no carcajadas declaradas, que van surgiendo a mi paso por el patio? ¿Hago poesía con las pintadas de “EL GNOMO ESTÁ ENAMORADO”, que siembran desde ayer el camino del colegio a mi casa?
Mi cabeza golpea el espejo que devuelve mi grotesca imagen centuplicada. No importa, necesito este odio para llevármelo a clase junto con las dos botellas de ácido de batería para el experimento. Voy a comprobar si a mis compañeros les queda el llanto que a mí me falta.
Tu personaje ha sufrido en su propia carne una realidad a menudo cruda: que de la teoría a los hechos puede existir una diferencia abismal. Su madre le dio muy buenos consejos, pero luego, la realidad es otra, de ahí la conmoción que ha sufrido, de la que parece no saber reponerse, con las consecuencias que tendrá y no solo para él. En esa etapa tan delicada de la adolescencia, que marcará después toda la vida, tu protagonista ha experimentado la peor y más cruel de las humillaciones, cuando, al menos, hubiera merecido respeto.
No hay justificación para esa venganza que perpetra, porque eso no arregla nada, pero es muy difícil que alguien le haga creer otra cosa cuando lo que se cuenta y lo que sucede nada tiene que ver. Ya no cree en nada y, al no poder reunir afectos, solo ha acumulado un odio e indiscriminado, que está a punto de sacar fuera. No hay nada peor que una sensibilidad herida por todo y por todos.
Un relato en el que se prevé un final muy “black” si nadie le pone remedio, intenso y factible, por mucho que sea ficción.
Un abrazo grande y suerte, Manuel