67. Las dos caras
Se levantó de su sillón de viejo, único espacio libre en todo el piso. Lo usaba para dormir, comer y ver la tele. El resto era un amasijo de objetos y basura acumulados.
Manuel se asomó al rellano, quería huir de algún vecino acusador. Lo odiaban y no entendía porqué. Para compensar ideaba pequeñas venganzas depositando en sus puertas bolsas de excrementos, o vaciando el orinal en sus felpudos. «Querían guerra, pues la tenían».
Aunque aquellos «juegos inocentes» no lo distraían del paseo diario al parque. Una vez allí, se sentaba en el mismo banco, adoptaba la misma posición, con los brazos abiertos de cristo crucificado, y esperaba. Enseguida llegaban, al principio unos cuantos, más tarde varias decenas de pájaros picoteaban la comida que él había colocado sobre su cabeza, sus brazos y su regazo. Aquel viejito despertaba ternura a quien lo mirara, un halo luminoso envolvía la escena. Mientras, con los ojos cerrados, tocaba el cielo de su infancia.
Tu personaje tiene, efectivamente, dos caras. En ambas facetas es el dueño absoluto de la situación, aunque entre ellas exista un fuerte contraste. En la primera es un viejo loco, con síndrome de Diógenes, insolidario, insalubre, desagradable y agresor. En la segunda, se convierte en un anciano entrañable, sencillo y generoso. Él no parece ser consciente de esta contradicción en su personalidad y modo de proceder, como si sintiera que todo es un juego y sigue siendo el niño que siempre fue.
Un abrazo y suerte, Rosa
Gracias por tu comentario, justo eso he pretendido transmitir. A partir de este personaje, exagerado, se podría extrapolar al resto de los humanos. Considero que nadie es del todo malo y viceversa. Es la vida la que saca de nosotros lo peor y lo mejor, o ¿somos nosotros quienes decidimos hacerlo?