78. LAS FORMAS DEL MIEDO
Los niños se asustan de cualquier tontería. Mi hija le tiene miedo a las formas. Ella llama así a las siluetas que, por la noche, habitan la penumbra. Las formas, dice. A mí solo me preocupa que se sienta segura y suelo dejar ligeramente entreabierta la puerta para que las tinieblas no se adueñen de la totalidad de su cuarto. Así una chaqueta apoyada en el respaldo de una silla, por ejemplo, se convierte en la figura de un enano y el traje que cuelga de detrás de una puerta es, qué inocente, un hombre sin cabeza. Y si del armario sobresale la manga de una camisa, la pobre piensa que se trata de la mano del monstruo que habita dentro, mientras que la ropa amontonada en el suelo es un animal salvaje. Yo lo único que quiero es que sepa que siempre estaré a su lado para cuidarla. Por eso, cada noche, antes de apagar la luz, coloco la chaqueta en la silla, cuelgo el traje de la percha, amontono su ropa a los pies de la cama y dejo que una manga sobresalga del armario. Luego entrecierro la puerta y espero. Tarde o temprano acaba pidiéndome que vaya.
La conducta de este padre es, cuando menos, sospechosa.
Podría pensarse que al procurar cada noche que se repitan los miedos que aterrorizan a su hija trata de inmunizarla, por su propio bien, se entiende, para que aprenda a ser valiente, que rima con independiente. Pero también es posible que pretenda hacerse el imprescindible, en un insano y tóxico deseo de no perderla nunca. Quizá sea esta segunda versión la más probable.
Un abrazo y suerte, Ernesto