72. Las lágrimas de San Lorenzo
Sé que lee mucho mientras tiene paciendo las ovejas. El pueblo es pequeño, pero gozamos de una buena biblioteca.
Los poemas que me escribe son de revolver las sensaciones hacia donde él las dirige. No solo expresa su amor por mí, aunque a menudo, sino que me lleva a todos los lugares donde su ánimo transita.
Juan, el médico, me escribe cartas. No gozan de metáforas más allá de las de un jovenzuelo, pero deja clara su magna devoción por mí.
Me casé, acorralada por la familia y sin que sirva de excusa, con quien me daba seguridad y un emparentar envidiable.
Ya en la ciudad hemos progresado mucho. A las gemelas no les falta de nada.
Por mi parte, estoy muy pendiente de las presentaciones de los libros de mi poeta preferido. Voy a todas las que la distancia me permite. Los tengo todos repetidos.
Claro que me acerco siempre a por mi dedicatoria. La empieza por “Querida Estrella”, me llamo así, no hay que rebuscar. Luego siempre pone una hora y una dirección.
La presión familiar y la seguridad material pesan mucho, pero el corazón también. A nada que se le permita, encuentra recovecos para expandirse, como esas dedicatorias en libros con citas clandestinas, una por ejemplar firmado, que no importa que se repitan.
Un relato sobre el amor verdadero y las convenciones sociales, que no tienen porqué coincidir.
Un abrazo y suerte, Javier.
Las lágrimas de San Lorenzo, esas perseidas periódicas que nunca faltan puntuales a su cita, te han servido para contarnos esta historia de sentimientos contrapuestos a intereses en la que prevalece finalmente el amor. Con esa difícil sencillez narrativa. De libro.
Suerte, Javier.
Muy bueno Javier, esa historia de amantes. Me gusta suerte