40. Las lavanderas o la clave del Tratado
Nadie parece recordar ya a las Cruz-Romero. Sólo quedan unos extraños epitafios sobre sus descuidadas tumbas en el cementerio. Fueron unas lavanderas que se habían ido pasando el negocio de madres a hijas durante generaciones y que llegaron a ser toda una institución en la comarca. Dejaban cuellos y puños perfectamente almidonados, sábanas con el adecuado tono de azulete y ropa de ajuar con un perfume exquisito. Pero por lo que fueron más requeridas era para el blanqueamiento textil. La receta fue el secreto mejor guardado de la familia. Aunque se rumorea que el mismo Embajador logró arrancarles con prebendas la fórmula para ofrecerla como regalo al rey de Portugal. El rey quedó más que impresionado y firmó un provechoso tratado. Nadie supo nunca que el enjuague era una mezcla de hierbas, sosa cáustica, aceite de oliva y esqueletos de recién nacido (más calaveras que huesecillos, aunque nadie sabe la proporción exacta). Quizás el Embajador pasó el resto de su vida atormentado por tal conocimiento. O se consoló con los grandes provechos del acuerdo. O todo fuera malicioso comadreo. Solo el diablo y esta vieja lo sabemos.
A veces los pequeños detalles pueden convertirse en elementos claves en el devenir de la Historia. Aparte de ello, tu relato viene a ser, a mi modesto modo de ver, un elogio a las cosas bien hechas, por humildes que puedan parecer. Me ha gustado lo del azulete.
Un saludo y suerte
Gracias Ángel. Es un homenaje a las lavanderas y planchadoras con un toque gótico. Gracias por comentar.
Escalofriante uno de los componentes del blanqueante, no me extraña que conocerlo atormente.
También a mí me ha agradado ese «azulete» tan olvidado.
Como siempre, he disfrutado con tus letras.
Fuerte abrazo.
Yolanda, y yo siempre disfruto con tus comentarios. Un beso.
ME encanta este embrujo de blanqueo. ¡Qué bueno!
Blanquear ha sido siempre en los pueblos un tema importante. No como ahora… jajaja
Un abrazo
Me encanta ese final que lo convierte en testimonio.
Grande siempre, Mar. Océana, ya te digo.
Gracias Miguelángel, tú si que eres grande. Un abrazo.
Mar, extraña leyenda bien contada. Suerte y saludos
Gracias Calamanda por comentar. Un abrazo.
Me ha encantado esta historia con aire antiguo que me resulta en parte cercana: Yo aún uso para blanquear todos esos ingredientes: aceite, hierbas, sosa y hasta azulete, que todavía existe. Bueno, todos no. Muy bueno ese final inquietante. Me he quedado con ganas de conocer los extraños epitafios de sus tumbas.
¡Suerte!
Un abrazo
Nieves, yo también, mi madre hace un jabón casero que tiene muchos de esos ingredientes. Pero no diré cuales, jajaj. Un abrazo.
El hecho de saber cosas de los pueblos, cotilleos antiguos me ha hecho sonreír cuando he leído el secreto del blanqueamiento.
Como siempre, me encanta leer lo que escribes.
Suerte,que no te va a faltar.
Abrazos
La verdad Elena, es que algunos rumores de los pueblos es para caerse de espaldas. Si son verdad o no, ya no lo sé, pero tela, tela… Lo sé porque soy de uno. Un beso.
Extraña receta Mar, una revelación que deja impávido al lector. ¿Que pensarán quienes fueron sus clientes?
Relato muy original.
Un abrazo y suerte.
No es de extrañar tanta blancura cuando se descubre el ingrediente que remata la fórmula del enjuague… ¡Brrrrrr!!! Y en cuanto al Embajador, no le debe haber remordido mucho la conciencia; debe de haber conseguido cuellos y puños almidonados a perpetuidad.
Un relato muy visual, con mucho blanco y una pizquita de negro 😉
Muy bueno, MAR. Me gustó.
Cariños,
Mariángeles
Miedo me da del futuro como algunos se crean que son esa fórmula se blanquea cualquier cosa.
Enhorabuena.
Una formula de blanqueo que da un tanto que pensar, quizás ese ingrediente tan siniestro sea la clave, la inocencia blanca de unos cráneos de infantes.
Buen relato, bien llevado y como siempre un gusto leerte.
Un beso Mar.
Muchas tablas en la manera de contar. Un relato lleno de detalles de buena escritura con una historia sobre todo interesante. Creo que redondo, y creo que estará arriba. Mucha suerte 🙂
A mi parecer, lo que eleva el relato son la última frase y esa imprecisión de no saber si lo que se está contando es verdad o cotilleo. Nos dejas con la curiosidad de qué decían los epitafios, qué mala 😀 . Besos y suerte.
Como dice Ana Fúster, la duda acerca de si lo que se dice es real o sólo una leyenda, hace que el relato sea tan efectivo, además de lo bien narrado que está.
Y sí, yo también querría saber qué reza en esos epitafios 😉
Suerte, compañera.
Qué planteamiento y qué historia tan originales. Una delicia de relato, con ese final picarón que deja una sonrisa en los lábios. Siempre es un placer leerte, Mar.
Me llama mucho la atención el título, y a partir de ahí LA HISTORIA no hace sino crecer: crece en misterio, en tétrico (esa proporción de huesecillos/calaveras es un golpe genial), en duda sobre si es verdad o maledicencia, en quién es la vieja que tiene los conocimientos a la altura del diablo…y eso la hace GRANDE.
Un micro inquietante y bien narrado, Mar. Con sabor añejo, a pueblo y nostalgia de la buena. Me ha gustado mucho.
Un besote
Enorme, Mar. Uno de mis favoritos.
Besos