32. LÍQUIDO AMOR (Juan Manuel Pérez Torres)
Descalzos por la playa paseaban disfrutando la frescura de la brisa. Las cosquillas, que los dorados brillos de la arena ponían en sus pies, eran verdaderas caricias, casi minúsculos besos de espuma. Sus pasos, solitarios y silenciosos en la distancia y sin vocación de encuentros casuales, paulatinamente se acercaban y, con la aurora, una suave luz creciente les permitió, aun siendo desconocidos, reconocerse. El azar los juntó en la orilla y se dejaron inundar por la marea.
Primero fue una ola traviesa que rompió por sus tobillos y recorría sus pantorrillas a salpicones. La piel acrecentaba sus brillos marinos con el agua, y, a la par que en el cielo iba clareando la luz, de sus cuerpos brotaban mil corrientes hacia el pecho.
Después, la intensa refracción del sol disfrazaba su fuerza cegadora que, desde el rebalaje, los empujaba, los arrastraba y los adentraba en un mundo de algas nuevas, ignoradas, en un acuático espacio de encantadoras sensaciones, en un mágico limbo de fondos oceánicos.
Luego, cuando más bucearon, las luces sucumbieron bajo la superficie y, con tanta penumbra, no supieron emerger de lo abisal. Hoy siguen compartiendo el mismo mar, aunque, cada náufrago, una isla.
Un océano de hermosas descripciones, en las que la naturaleza y la pasión se funden y confunden. Dicen, no obstante, que todo tiene un final, los fuegos iniciales se agotan y apagan, sustituidos por una convivencia más fría, sobre la que planea, no la luz del sol, sino la del desamor.
Un abrazo y suerte, Juan Manuel
Ha creado un bonito universo para dejarse llevar, eso sí cada uno en su sitio. Suerte