83. Llorar por no reír (Mónica Rei)
Acudió al velatorio como el resto de sus compañeras de la fábrica: animada por sus jefes. Cuando ella llegó la fila de afligidos daba la vuelta a la manzana, todo muy sobrecogedor, muy dramático. Según se acercaba al ataúd donde el Almirantísimo descansaba, por fin, de cuerpo presente, decidió darlo todo y, deteniéndose delante de la caja un segundo más de lo que estaba permitido, se plantó con solemnidad, luego comprimió con fuerza todos los músculos de la cara y por último armó uno de sus mejores pucheros, el que le había copiado a Manolito. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero lo de la lágrima, pensó, era para profesionales.
Hola, Mónica. Si es que, cuando las cosas no salen de dentro, difícilmente pueden llevarse a cabo. La cara de compungida todavía se finge, pero lo de la lagrimilla es harina de otro costal. El Almirantísimo debió ser una bellísima persona durante toda su vida, cuando despierta tanto afecto. Has sabido sacarle partido a la fotillo. Yo diría que lo has clavado. Me ha gustado mucho, guapísima.
Muchos besitos y la mejor de las suertes.