85. Lo que tus manos tocan (MVF)
Alguna gente colecciona cosas insólitas. Caparazones de crustáceos que han degustado con los amigos. Picas de lápices de colores que han guardado desde la guardería. Pétalos de flores de geranios con los que jugaban de niños a ponerse uñas o dientes postizos de colores. Collares de dos vueltas hechos con margaritas. Pero hay cosas muy peligrosas que uno nunca debe empeñarse en coleccionar. Una de las más peligrosas colecciones que existe es casi tan antigua como la humanidad. Todo aquel que pretende abarcarla cae en una perversa adicción; tan contagiosa y hereditaria que se transmite muchas veces de padres a hijos, generación tras generación. Los coleccionistas se vuelven tan adictivos que no piensan en nada más. Tan extendida está su búsqueda que, aún conociendo sus terribles efectos, ha llegado a alcanzar el ámbito de lo oficial y universal. Y parece mentira, pero no existe ningún especialista en el mundo que consiga curar la adicción y distorsión funcional que provoca. Solo en la literatura el Rey Midas lograba aprender la lección.
El metal precioso por excelencia, la proporción en lingotes que mide la riqueza de un país, uno de los mayores signos de ostentación a lo largo de los tiempos, ha sido siempre, como muy bien cuentas, objeto de deseo, hasta de adoración, como el becerro de oro que moldearon los seguidores de Moisés en su ausencia.
El problema es esa adicción que produce y que puede volver locos a los hombres. Todos recordamos las películas del Oeste sobre pueblos que se formaban en poco tiempo con la llamada fiebre del oro, donde la vida no valía nada y solo contaba el metal precioso. Esa fascinación dorada ha hecho que los hombres, proclives a creerse inmortales, acumulen cuanto pueden, olvidando que al otro lado no podrán llevárselo, en detrimento de los afectos, algo que, tal vez, sí que les acompañe después, si es que luego hay algo más.
Una interesante reflexión sobre lo que bien denominas: «la más peligrosa de las colecciones». Hay quien habla del «oro negro» referido al petróleo, pero no es lo mismo.
Un abrazo, Manoli. Y ya sabes, a cuidarse.
En efecto, Ángel. Es una colección que arrastra a todo aquel que se adentra demasiado en ella. una colección además que se instaura en los más altos ámbitos de poder, que lleva a enfrentarse a las naciones, pese a la cual avanzamos tecnológicamente por mera competitividad pero retrocedemos por cada paso que avanzamos de más en humanidad. Esa es la paradoja. Todo está en nuestros genes y en el punto de equilibrio en dar y en recibir estará el quid.
Como siempre, gracias por tus siempre esperadas palabras.
Cuidate mucho tú y los tuyos también.
Abrazo grande de intención en estos tiempos de abrazos en la distancia.
Hola, Manoli.
La lectura de tu relato me ha llevado sin querer a una cita de un escritor, economista, pensador y filósofo al que siempre he admirado, José Luis Sampedro. La cita es esta: «El tiempo no es oro, el oro no vale nada, el tiempo es vida».
Te recomiendo que leas el Credo de la vida de este autor. En los tiempos que nos está tocando vivir se hace más necesario que nunca.
e ha gustado mucho tu relato. Esperando que estés bien, recibe un abrazo nada peligroso.
Hola Barceló. José Luis Sampedro es para mí un guerrero de la luz a través de la palabra. Uno de los grandes, grandes, uno al que nunca se escuchó suficientemente porque llevaba años anunciando realidades, sin tablets, sin teléfonos inteligentes, pero con un cerebro lúcido que mantuvo su lucidez hasta el final y, lo que es tan o más importante, con un corazón que supo equilibrar siempre raciocinio y calidad humana. Sí, conozco su filosofía y agradezco que mi relato te lo haya hecho recordar y tú, a la vez, me lo recordases a mí.
Muchas gracias por tu lectura y palabras.
Un abrazo grande en tiempos de distancias, yo te deseo salud y paz.
Hay quienes siguen empeñados en atesorar riquezas o poder, sin darse cuenta de que, cegados por su avaricia, dejan escapar lo verdaderamente valioso, como es el tiempo, el afecto de los suyos y el placer de vivir cada minuto como si fuera el último.
Muy buena tu reflexión, Manoli. Te deseo mucha suerte.
Besos apretados llenos de cariño.
Lo has dicho todo, Pilar. Nadie puede comprar lo inaccesible con dinero.
Muchas gracias por tus palabras. Un abrazo.