78. Los pastores vascos (Jesús Alfonso Redondo Lavín)
Hacía días que la mimosa, la que apoyaba su tronco en la rangua de la verja del caserío, había reventado en amarillo. Cruzó aquella verja, al Ángelus, Aramayo el cartero, anunciando a voces, con la alegría de quien da buenas noticias:
– «Domeca Murguialday, carta de Joan, una al mes, tal como te prometió”.
Martín, el sobrino de Joan, sabía dónde estaba la caja de madera donde amona Domeca guardaba las cartas. Se entretenía leyéndolas; casi se podría decir que aprendió a leer en ellas. Se imaginaba maravillosas aquellas llanuras inmensas de pastos mecidos por la brisa y los grandes rebaños de ovejas que las cartas describían.
Cuando hace dos años osaba Joan vino a Oñate a buscar mujer, le prometió que le llevaría consigo cuando cumpliese diez y ocho años. La carta de ese día traía un permiso de residencia.
Amona Domeca cosió en uno tres pantalones de Martín. Joan advertía de los inviernos fríos de Idaho y del trabajo duro del pastoreo.
Hace algún tiempo estaba yo en una esquina de Central Park viendo la cabalgata del Columbus Day. Aquel acento, aquellas erres tan marcadas -¡Jaungoikoa!, ¡ hablaban en euskera! Eran dos risueños octogenarios con mendigosales y boina.
– ¿Puedo abrazaros?
Bonito relato que narra aquellos años en que muchos vascos partieron a hacer las américas.
Esos ancianos que se encuentra con su chaqueta de lana y su boina sacan algo más que una sonrisa a tu prota, intuyo que es el tío Joan con su esposa.
Un abrazo
La inmigración puede producir imágenes tan contrastadas como la de dos sexagenarios del norte de España, criados en la naturaleza, en un encuentro en la ciudad de los rascacielos. Ellos siguen fieles a sus orígenes, mantienen parte de su indumentaria y la lengua como un patrimonio propio allá donde vaya, aunque sea a otro planeta. Un relato con tu estilo inconfundible, Jesús, siempre grato.
Me alegro de haberte saludado el sábado y espero hacerlo muchas veces más.
Un abrazo y suerte
Esto es como el tópico del gallego en la luna pero cambiado por unos vascos en Idaho. Nos quejamos de que muchos de los que vienen a vivir a nuestro país no se integran ni aceptan nuevas costumbres, pero ya vemos que nuestros antepasados, en idénticas circunstancias, hacían lo mismo. Y que decir de eso de que el tío Joan volviera para buscar mujer… Gracias a tu relato he ¿perdido?, agradablemente, un poco el tiempo buscando el significado de alguna de las palabras más enxebres, como decimos a unos cientos de kilómetros más al oeste. Suerte, Jesús. Un saludo.
Abres ventanitas por las que vemos trocitos de vida que nos hacen muy humanos. Muy buena prosa, hermano. Me encanta.
Hola, Jesús Alfonso.
Resalta en tu prosa el frescor de cuidada prosa verdeante. Las cartas y las ovejas. El ancestral álgebra de los genes. El derecho de la sangre frente al derecho del suelo, las costumbres de nuestros antepasados. Estrabón, el historiador de cuando la piel de toro podía recorrerla, de árbol en árbol, mirando osos, una ardilla de norte a sur, sostenía que entre los habitantes de la península pentagonal, los vaceos eran reputados por los más sabios. De ahí a Cosme Damián de Churruca y Elorza, y el mar, y de ahí a Idaho o al Central Park neoyorquino. Fulguran como espigas mañaneras muy bellas palabras en tu texto. Me gusta y mucho. Un abrazote.