66. Los retornados
Juanito, el hijo pequeño de los vecinos, fue el primero en regresar y salvo por la mirada perdida y el color cetrino de su piel, parecía normal.
Sus padres, que tras su partida habían quedado paralizados en el tiempo, retomaron sus rutinas diarias. Regresaron al trabajo, llevaron a sus otros hijos al colegio e incluso volvieron a sonreír. Todos parecían felices, todos menos Juanito, que era como la pieza que nuca encaja en un puzzle.
Tras él, regresaron muchos más, y todas las familias esperábamos ansiosos la llegada de alguno de los nuestros.
En casa, regresó la abuela. Al principio me puse muy contento ya que apenas era un bebé cuando se fue, pero enseguida me di cuenta de que la señora de mirada fría que ahora ocupaba el sillón principal del salón, no era la misma anciana adorable que yo conocía por fotos.
La carne apenas cubría su esqueleto y desprendía un olor insoportable. Mamá lo achacaba a los años que llevaba enterrada y a qué había regresado en el mes más caluroso. Para tranquilizarme me prometió que todo mejoraría con los primeros fríos del otoño, porque los calores no son buenos para estas cosas, decía.