114. Los últimos emigrantes.
En la más elevada montaña de la Tierra algunos hombres se afanan controlando los últimos detalles en la estructura de las arcas, asegurándose que no existe ninguna grieta. Las bodegas de los navíos acogen en orden a todos los animales, los congeladores están repletos de alimentos y en los fardos, asegurados con firmeza, viaja todo lo necesario para comenzar la andadura en la nueva morada.
Mientras tanto en las ciudades de todo el orbe sus habitantes viven, los más afortunados, a cubierto de la lluvia letal que no deja de caer; cada gota que toca la piel supone una ulcera lacerante difícil de curar. Los terremotos y tsunamis se suceden sin parar. La Tierra, agotada y enferma se rebela contra su virus.
Los ocupantes de las arcas imploran para hallar un claro entre las nubes y enfilar las proas con decisión hacia el espacio. Un halo de ilusión planea sobre todos, es tan potente como la pena que albergan sus corazones. Saben que son emigrantes sin retorno, que nunca dejaran de añorar su hogar. Evocaran durante generaciones el planeta azul desperdiciado y maldecirán eternamente la ceguera de los avariciosos.
Hola, Elysa.
Antes que nada, me encanta esa «y» en tu nombre. Y me gustaría que quitases cuanto antes la «s» de estructuras. Un texto apocalíptico el tuyo y, por desgracia, bastante plausible. El final es rotundamente elogiable. Qué nociva es la codicia, esa avaricia que perece no tener fin, ese sentirse bien los pocos cuando los muchos están jodidos, perdona la palabra, se encuentran más bajos que el ras que relamen para subsistir. me gusta tu texto tanto como tu nombre. Que seas feliz. No emigres de ENTC a otro blog o página o como se diga. Continúa aquí para deleitarnos con tu prosa excelsa. Un beso.