49. Lunas llenas
Por las noches me escapo a fumar un cigarro al jardín. Casi siempre está allí. Debe rondar los dieciséis, pero siendo percha en la inmensidad deforme de su pijama azul, apenas aparenta doce.
Al principio hablábamos, nos contábamos obviedades que no supusieran una apertura interior, poníamos a parir a las enfermeras, criticábamos al cocinero de planta, hasta que un día no tuvimos nada que decir.
Ahora nos sentamos en un banco y miramos al cielo. Cuando hay luna llena nos permitimos unas miradas cómplices y algún comentario jocoso sobre su parecido con nuestras cabezas. Cuando hay luna nueva nos cogemos fuerte de las manos para no pensar.
«… hasta que un día no tuvimos nada que decir»… IMPRESIONANTE. Qué triste y qué bien llevado.
Abrazo.
La intención es que sea también esperanzador, pero que no vaya acompañada de cierta tristeza.
Lo has llevado por tan buen camino que es duro pero sabe a dulce. Creo que era un relato más difícil de lo que parece y en el que has obrado con muy buen hacer. Mucha suerte 🙂
Gracias, Ana.
Una situación que la vida plantea que tiene que ser muy difícil. Mucho mejor con una amiga, alguien a quien dar la mano y no necesitar hablar.
Bello
Has sabido plasmar muy bien la soledad del enfermo, ese tipo de soledad que familiares y amigos no pueden entender, y que sólo otro enfermo (alguien con quien ya no hacen falta las palabras) es capaz de mitigar. Muy duro, y muy dulce. Hermoso.
Uh, que bien, y esa frase última de la luna nueva genial, con toda la carga que trae detrás por sí sola.
Abracísimos.
Bonito relato Jesús, tierno y emocional, y lo de dar la mano y no pensar es una terapia estupoenda. Me gusta
Lo dicho felicidades.