123. Madrigueras
Encontró encolerizado las otras madrigueras de conejos donde
ella seguro pasaba las largas tardes de invierno.
De aquella emanaban cálidas quejas causadas por el apoyo práctico
de los incesivos de aquel compañero sobre el costado blanquecino de ella.
Allí pasmado, de pie, medio escondido, no sólo escuchaba sino que
también veía los ya reconocidos destellos de luz roja que cuando su coño se llenaba
de placer ella trenzaba y salpicaban después siempre todo el espacio.
Éstos no sólo reflejaban la nieve de la entrada sino que también llamaban la atención
de otros animales que por allí pasaban.
En varias ocasiones, no muy seguro, tuvo que ahuyentar a más de un curioso que
con erecta disposición se acercaba con la intención de que aquello no quedase en dueto.
Una vez calmadas las ansias de sexo, ella recuperaba el aliento, asomaba su hocico,
que contraía y estiraba, mientras que poco a poco salía del escondite.
Él al mirarla se quedaría atónito al descubrir que no era su coneja la que allí estaba;
sino que otra que como la suya disfrutaba.
Hola María.
Te escribo porque no he llegado a comprender del todo tu relato y los tiempos verbales me lían. Podrías darme alguna pista. Gracias. Saludos.
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