56. MADUREZ (Nieves Torres)
Pongo dormita sobre la alfombra frente a la chimenea. Fuera oscurece y la ventana, por la que se deslizan perezosas algunas gotas de lluvia, te devuelve el reflejo de una mujer de mirada serena. La observas detenidamente. Te gusta tu pelo completamente blanco, tu cara sin maquillar. Sonríes, pero no siempre ha sido así.
Ya de niña la felicidad tenía para ti nombre propio: era la bicicleta de Alfred la que tú querías, las notas de Annie, el novio de Maggie. Siempre codiciando los logros de los demás, hasta que perdiste el norte.
En el sanatorio descubriste que no era un abrigo de piel de dálmata lo que en realidad anhelabas, sino la vida perfecta de Roger y Anita. Te explicaron que como no podías robar su felicidad, intentaste destruirla.
Han pasado muchos años desde entonces y aquella señora De Vil es ahora solo un recuerdo. Pero esta noche, al acariciar la piel moteada de Pongo, tan suave, tu mirada se ha perdido entre sus manchas y has notado un cosquilleo extrañamente familiar en el estómago.