151. Maite y su Sultán (Juana Mª Igarreta)
Sultán era el perro de Maite. Compañero de juegos y risas, y también paño de lágrimas. En verano, cuando las tardes rezuman horas luminosas, eran dos en uno. Sincronizaban silencios en las furtivas incursiones que, con el fin de trepar a los cerezos, hacían al huerto de los vecinos. Maite, con aquellas carnosas y sonrosadas bolitas rabudas, improvisaba pendientes que decoraban sus orejas y las de su amigo, así como largos collares cuyas cuentas acababan siendo objeto de una apetitosa merienda.
Al oscurecer, la niña contemplaba cómo los últimos rayos de luz reverberaban sobre el suave pelaje rojizo del can, adelgazando su silueta hasta hacerla a los ojos casi desaparecer. Ella se acercaba para acariciar al animal y confirmar que seguía estando allí.
Antes de que la familia se mudara a un piso de la ciudad, el perro enfermó. Un día, al atardecer, su padre se lo llevó al campo y regresó sin él. Maite, refugiada en su dolor, escuchó hablar a sus padres en sollozante susurro: “Ha tenido una buena muerte”. Ella tardó mucho tiempo en comprender esas palabras. Sí entendió que esta vez el sol se lo había llevado para siempre.
Hola, Maite.
Un texto bucólico, casi pastoril. De nata. Y al final, como siempre, la muerte hace acto de presencia, y de forma paradójica. ¿Puede haber una buena muerte? Yo todavía no lo entiendo a mi edad. O sí, en ciertos casos. El perro estaba muerto antes de morir. No estaba dispuesto a cambiar lo homérico por un tráfago aborrecible. Me gusta tu apuesta. Besos.
Tal vez intuyó que nada sería igual sin el olor a tierra y a hierba fresca. La enfermedad era un grito desesperado hacia esas vivencias, y quiso yacer eternamente cuidando los recuerdos. Me ha encantado, Juana. Abrazos y suerte.
La relación especial entre una niña y su perro, con esos atardeceres rojizos que simbolizan el miedo de la pequeña a perder al mejor amigo, el paso del tiempo que, antes o después, Nos arrebata lo que más queremos, algo que, como no puede ser de otra forma, también termina por suceder en esta historia, que combina muy bien alegría, tristeza y belleza.
Un abrazo, Juana. Suerte