33. Malditas circunstancias
Me dejó descolocado la respuesta de Jessica, quizás yo no estuve muy acertado, pero su reacción no fue normal. En mi cabeza seguía dando vueltas a lo que había ocurrido, analizaba la situación y no me parecía para tanto. En mi casa, si no todos los días, con mucha frecuencia ocurría y jamás escuche a mi madre decir ni una palabra. Mi padre es verdad que era un poco impaciente, incluso mal hablado. Muchos años compartiendo sus vidas y no iban a cambiar. Era lo normal en una relación, sus altibajos, sus broncas, sus perdones, especialmente los pedía mamá, por la temperatura de la sopa, por la arruga del pantalón. Siempre él tan perfeccionista y también cariñoso, su frase preferida. —mami, tú sabes que te quiero– tras alguno de sus reproches y salidas de tono.
El caso es que cuando en la biblio, con lengua que a ella se le daba peor, la solté por un error, un seco — ¡Jessi, pero eres tonta o qué!— ahí tuve un ramalazo de mi padre, lo reconozco. Lo inesperado fue un sonoro —¡Chaval, tú eres gilipollas!.
Gilipollas no sé, pero desde luego está replicando el modelo paterno. Espero que Jessi le diera puerta: cuando te tratan así una vez, es seguro que lo vuelven a hacer.
Un abrazo y suerte.
Todos tenemos un momento malo, está claro. El problema es que las palabras lanzadas al aire, al contrario de lo que se dice, no se las lleva el viento, sino que quedan en suspenso y algún rasguño dejan. Las formas y lo correcto tienen su importancia.
Un saludo y suerte, César