35. Mamá
Recuerdo tus manos menudas y delicadas. Hacías un movimiento rápido con los dedos y, ¡zas!, la harina caía como si fuese nieve. De puntillas, sobre un taburete, observaba cómo amasabas hasta convertir aquella mezcla en algo que a mí me parecía algodón. Con los ojos como platos, te miraba ensimismada. Entonces, sin que me diese cuenta, simulabas una caricia y dejabas en mi nariz un polvillo que me hacía estornudar. Nos reíamos a carcajadas. Cuando sacabas la hogaza del horno, me gustaba partirla por la mitad y sentir cómo el aroma se esparcía por la cocina y colonizaba toda la casa. Estaba convencida de que ese era también el olor de las nubes. Sabes, creo que mi infancia fue de color blanco. Ya no soy una niña, pero me he acostumbrado a guardar miguitas de pan en los bolsillos y a esparcirlas por todos los caminos de mi vida. Por si vuelves.
Muy bonito, Laura.
¡Enhorabuena!
¡Hola, Alberto!
Muchísimas gracias por comentar, me alegro mucho de que te haya gustado.
¡Un abrazo!
Un relato muy tierno, como imagino el pan de esa madre, Laura. ¡Suerte!
Saludos.
Muy tierno, pero no dejo de pensar en las migas de pan…se las comerán los pajaritos, pero queda el recuerdo del camino con ella. Bicos.