MAR138. ECHANDO LA VISTA ATRÁS, de Miguel Angel Serantes Conde
Observó sonriente las caras que le miraban desde el fondo de la habitación. Allí estaban sus tres hijos, sus siete nietos y su hermana mayor. Junta a la familia más cercana se encontraba también el fedatario público que leería el Acta de Deceso Voluntario que había sido específicamente creada para un caso tan extraordinario como aquel.
Al otro lado de las puertas de cristal que separaban el cuarto del pasillo, se agolpaban los medios de comunicación autorizados para dar cuenta del evento. El pequeño hombre con gafas de pasta que hacía las veces de regidor levantó la mano derecha, señal que indicaba que habían terminado los tres minutos de publicidad y se encontraba en riguroso directo.
Mientras el médico se acercaba para pulsar el botón que pondría en marcha el sistema de inyección letal, el notario comenzó a leer – Don Rubén Gómez Requena, nacido el 23 de abril del año 2.000, en pleno dominio de sus facultades…-
Rebeca la menor de sus hijas se acercó al borde de la cama sollozando. – No lo entiendo papá, con la tecnología actual podrías vivir al menos sesenta años más- le dijo- ¿Por qué quieres morir?
Cariño –respondió él-, porque ya he vivido.
Si la verdad es que a veces uno siente que ya vivido lo suficiente y quiere ya descansar. Sería insufrible la eternidad. Suerte. Gloria Arcos
Una peli china que vi hace tiempo trataba este tema. Cuando los ancianos llegaban a cierta edad, si todavía les quedaban dientes se los rompían con una roca. Se autoinfligían diversas barbaridades del estilo, no tomaban líquidos, en fin, que se iban consumiendo. Y luego, el día del cumple, un hijo los llevaba a la cumbre de una montaña nevada y allí se dejaban morir. Prefiero tu inyección. Buen relato.
Un abrazo.