97. Maternidad
La fuerza de una madre es más grande que las leyes de la naturaleza.
Barbara Kingsolver
Desde que acudo sola con mi barriga odio las salas de espera. Analizo a las otras mujeres: tres con maridos y una con madre. Acaricio mi tripa y le susurro que mamá puede con todo. Intuyo que será la primera de muchas mentiras. Observo a la madre, quien ya sonríe con babas de abuela. Sufro otra punzada de culpa atravesando mi vagina. Percibo la agitación del bebé, lanza patadas violentas e imagino que quiere romperme la tripa y huir. Me asalta un calor opresivo. Entonces la veo, tal y como la imagino con la edad que tendría que haber tenido justo en este momento, a punto de cumplir sesenta. Se acerca con su sonrisa pintada de hoyuelos y un vaso de agua. Cómo te pareces a mí, dice, con los mismos sofocones que tuve yo embarazada de ti. Anda, bebe, que ya se pasa. Me da dos besos, tan natural, como si nos hubiésemos visto ayer, y me arropo en su olor a bizcocho. La enfermera repite mi nombre. Mujeres, maridos y la futura abuela me miran. Me levanto, ya sin dolor. Al entrar en la consulta compruebo que mis manos aún se aferran a un vaso de agua.
La naruraleza provee de recursos a las personas capaces de dar vida, que falta les van a hacer. Tu protagonista, conocedora de sus circunstancias, de que tendrá que afrontar en soledad el nacimiento y crianza de su hijo, trata de mentalizarse de que podrá con todo, pero agradecería el apoyo humano y práctico que tienen las demás, de pareja o materno. La realidad se impone sobre el autoengaño.
El relato de una soledad no deseada contado con sutileza y elegancia.
Un abrazo y suerte, Elena
Gracias Ángel, un abrazo y suerte para ti.