MAY52. NO HUBO NUNCA FLORES, de Julio Olmos de Prada
Tomasa, la de los ojos acuosos, la del pelo enmarañado, la que aúlla en las noches se inclinó sobre la niña custodiada por una corte de sobresaltados aldeanos. El miedo deambuló petrificando el grito en aquellos rostros expectantes.
En este secarral distante y casi inhabitable, abandonado de la mano de Dios, no hubo nunca flores, y la dama de la visión sólo pidió dos cosas, que honraran el lugar y que cada primer día del mes de mayo se la rememorara con una ofrenda de flores.
Tras un silencioso alboroto, la niña quedó tendida, acurrucada y doliente mientras la turba hechizada, liderada por la visionaria, imploraba al cielo ofreciendo la flor de aquel inmaculado jardín.
A la mañana, sobre la lápida de la niña no hubo lágrimas… tampoco hubo flores.
El ritual es algo confuso, de los qu tienes que leerlos un par d veces para entender bien lo que ocurre. El cierre es perfecto, esclarecedor sobre lo inútil del sacrificio en una sola línea