MAY85. ROJA DE PASIÓN, de Miguel Ángel Gayo Sánchez
Nos conocimos en un chat para los amantes del vino. Empezamos intercambiando insufribles mensajes de enólogos aficionados:
–Te recuerdo que la correcta proporción entre taninos y antocianos proporciona al vino tinto ese tono rubí tan característico –escribí.
Ella tampoco se quedaba atrás:
–Esa proporción solo se puede conseguir con una correcta maceración de los hollejos.
Así estuvimos varios días. Luego ella insertó una fotografía suya.
–Como verás, soy lo que se dice un “gran reserva”.
Se refería a la edad.
–A mí me parece que fermentaste lo justo –tecleé, impresionado por la sutil sensualidad que transmitía aquella imagen. Su tez, pálida por una vida de trabajo, parecía haber envejecido con la elegancia de la porcelana.
Fui yo quien propuso el encuentro físico.
Elegí un coqueto restaurante, de esos que encienden velas. Recordé lo de su alergia, así esta vez no hubo flores sobre el mantel.
Cautivado por su presencia, alcé la copa y propuse un brindis. A través de la copa su rostro de porcelana se turbó de un color rojizo.
–El reflejo del vino tinto –le dije.
–Puede –respondió ella desplazando mi copa y mostrándome su piel, rojiza, pero de pasión.
Discurre bien, como el buen vino.
Hay vinos jóvenes, impetuosos, imprudentes, pletóricos en su belleza dejan pasar esos años pisando y marchitando todo lo que encuentran… ¡tan seguros están!. Creen que siempre saldrán victoriosos de cualquier pifia que se les pase por su mente… no les importa los cadáveres que dejan en su camino. Pasarán los años y hayan conseguido lo que hayan conseguido, su vino de tan resabiado, se habrá convertido en vinagre, en acidez en su alma. Porque puedes vender el alma al diablo pero ¿a qué alto precio?