49. MECANOFILIA
Mi padre es un apasionado de los coches. En la adolescencia, mientras sus hermanos fantaseaban con carteles de mujeres en ropa interior, él se excitaba bajo las mantas ojeando revistas de deportivos último modelo. Cuando cumplió los diecisiete cogió sin permiso el Seiscientos del abuelo para revolcarse con mamá en el asiento de atrás. Un mes más tarde, la aventura desapareció de sus vidas con la primera falta y la obligación impuesta por sus familias de casarse por la Iglesia. Después vinieron años de rutina y automóviles con sillita de bebé, limitador de velocidad y airbags de serie.
Por eso, cuando hace un mes papá aparcó delante de casa el descapotable azul recién estrenado, mamá se quitó el delantal y se pintó los labios, dispuesta a acompañarle hasta el fin del mundo.
Nunca sabremos si en el último momento decidió dar una vuelta para probar su potencia y le cogió gusto al acelerador o si ya tenía una muñeca a juego con su nuevo juguete.
Ahora a ella solo le queda el consuelo de que el descapotable no tiene asientos traseros, y papá siempre ha sido un hombre de costumbres.
Un coche nuevo es un verdadero juguete para muchos adultos, aunque no se reconozca como tal. Para tu personaje es eso y algo más: el pasaporte hacia una libertad que siente perdida, aplastada por la rutina. La vida le arrastró por la carretera equivocada. Las últimas líneas atribuidas a su mujer y madre de su hijo o hija es una herramienta de autoconsuelo para seguir adelante y de resignación ante lo que parece irreversible. Visto y lo visto, la unidad familiar está mejor sin él.
Buena idea y bien narrada, acompañada de un atrezzo muy apropiado, desde ese Seiscientos inicial al descapotable final, con o sin asiento de atrás.
Un abrazo, Asun. Suerte