Metamorfosis
Hasta ahora, de nada me han servido los besos y abrazos, ni las palabras amables, ni hacerla partícipe de juegos y risas, ni siquiera invitarla a merendar. Se ha pasado la tarde jugando conmigo como si nada hasta que ha visto a mis muñecas sentadas a la mesa y la ha emprendido a golpes y mordiscos con ellas. Todas han sido aniquiladas.
Tan pronto parece estar tan tranquila como que, de repente, enloquece. En su mirada se refleja un profundo rechazo irracional, la ira la posee y se transforma en la niña de «El exorcista». Las cosas con las que antes disfrutaba ahora le provocan una aversión incontrolable. Después, cuando por fin se calma, llora porque no lo entiende. Por eso se niega a salir de su habitación. Nunca responde al teléfono. Odia al resto del mundo. Ella tampoco se reconoce.
Verla así me da tanto miedo que se lo he comentado a mamá, pero dice que no me preocupe. Que todo acabará cuando ella abandone su crisálida porque su adulta haya devorado su niñez.