22. MI GUÍA DE LA ALEGRÍA
La pluma del joven estudiante se agitaba violentamente de un lado a otro, manchando el escritorio y sus alrededores con tinta.
“Cuando puedas aprender algo nuevo,
No olvides lo que te digo,
Ponte sin desasosiego,
A investigar desde Barcelona hasta Vigo
¡Oh, mi guía de la alegría!”
Los limpiadores le miraban, enfadados. Sabían lo que les esperaba. Él no estaba prestando atención.
“Cuando tu mente no consigas despejar,
Junto a la arboleda siempre suena el río,
Granitos de maíz harán el avío,
Alimentar a los patos te hará relajar.
¡Oh, mi guía de la alegría!”
Otros estudiantes compartían apuntes en una mesa próxima. A uno le salpicó un poco de tinta, y le soltó un alarido. Él solo escuchaba a su mente.
“Cuando quieran alejarte de tu camino,
Oídos sordos, perseverancia y aguante,
¡Eres el mejor, tío, eres brillante!,
¡Nada puede desviarte de tu destino!
¡Oh, mi guía de la alegría!”
Cogió su manuscrito, lo enrolló y lo guardó en su cofre favorito. Pluma en funda, se levantó y se fue de la biblioteca. Sonreía y daba saltitos, rompiendo el silencio.
Nunca se volvió a abrir ese cofre. Nadie pudo nunca leer su guía.
El estudiante me deja colgado, como esperando una segunda parte, como si todo lo que sucede y dice quedase en el aire. Hay tanta emoción en su escritura y es tan indolente el cofre con su guía: la oculta para siempre. Suerte y abrazos, Daniel.