78. Mi plaga
Son negros. Y pequeños, sí. Pero son muchos y no paran de moverse. Suben por mis sandalias, pasan entre los dedos de mis pies y siguen hacia arriba por las piernas. Luego, no sé cómo, los siento dentro: por mi estómago, en mi torrente sanguíneo que late a trompicones o paseando por los orificios de la nariz. Se quieren asomar a mis ojos, que cierro muy fuerte. Entonces se van a un lado de mi cabeza, después al otro, y consiguen que todo me dé vueltas.
Mi madre dice que me llevará hoy al médico al acabar las clases, aunque yo así no quiero salir de casa, me niego a ir al instituto. Tampoco dejo que se me acerque, le digo que le voy a traspasar bichos, que me sobresalen por todas partes, que se pondrá tan mala como yo. Soy incapaz de comer. En cuanto abro la boca se me llena de bichos al momento y no puedo tragar nada. Hace unos días que me pasa. Desde que el imbécil de turno dijo en biología que repartidos en mi cuerpo podrían vivir infinitos enjambres de insectos distribuidos en multitud de ecosistemas. Y la clase entera se rio. Como siempre.
El cerebro es la herramienta más poderosa que poseemos, pero cuando funciona mal y envía señales erróneas, lejos de ser un gran aliado, se convierte en el peor enemigo. Tu protagonista ha tomado en serio y en sentido literal una broma, más bien burla. Estar convencido de que tiene un problema, por ficticio que sea, hace que lo padezca realmente, como si existiera.
Un relato sobre los problemas que puede acarrear no estar preparado para palabras malintencionadas, motivo de escarnio público; puede que nadie esté realmente preparado para ello.
Un abrazo y suerte, Carme
Cierto, Ángel. Cuando la burla es continua pasa a ser bullying, y el cerebro se puede saturar y jugar malas pasadas. Me imagino que la muchacha quizá padece obesidad, al decirle que caben muchos ecosistemas en su cuerpo. Nada justifica atacar a los compañeros, pero la realidad es otra en muchos institutos.
Muchas gracias por pasarte a comentar.
Un beso.
Carme.