82. Mientras esta vida dure
Era una de esas personas a contra horas. Por eso la vigilancia era compleja; a veces sentía la enredadera como si fuera a engullirme mientras me mimetizaba con la tapia.
Cuando podía ajustarme a sus pasos me regocijaba en un futuro placentero que se aproximaba.
Iba apuntando en mi libreta tal que un profesional, pero con una sonrisa de dientes afilados.
Hubo un momento en que todo se perfilo como hilado y bien hilado. Cogí la furgoneta y esperé el momento oportuno en el sitio previsto.
Ni se lo vio venir. En un visto y no visto estaba inconsciente en la parte trasera.
Aunque solo se trataba de acabar con él, fue como si Helena me susurrara al oído: “Sigue divirtiéndote, planifica algo más. Una venganza puede cavar dos tumbas”.
Lo tiré en un callejón oscuro, no sin antes dejarle el primer recado de una hoja fría con sangre caliente.
Bueno, creo que ya se dijo que él no tenía horario. Sépase que yo mucho menos.
Lo malo de las venganzas es que cuando se consuman ya termina toda la gracia, además de que, como sabiamente advierte Helena, puede arrastrar a quien la ejecuta, haciendo del artífice-criminal una victima, cuando algo sale mal, o porque le atrapa la autoridad. El terror de quien se sabe amenazado, mientras quien lo planifica se divierte, es la peor de las represalias.
Un abrazo y suerte, Javier
Está bien eso de alargar la venganza para saborearla más. Me gusta.
Un abrazo y suerte.