89. Moscas
Dos pequeñas moscas orbitaban su enorme cabezota mientras sus manos, iluminadas por las hogueras, contaban historias. Se movían a veces lentas, a ratos ligeras, como con vida propia, haciendo fluir el relato.
Arrojaban nubes de polvo de colores para narrar el diluvio, aquella lluvia que solo recordaban los más viejos. O para contar como otros hombres, lejos de allí, se mueven en chozas flotantes sobre una masa infinita de agua. Hablaban de animales desconocidos, de lugares remotos de los que nadie en la aldea había oído hablar. De grandes guerras. O de incendios que arrasaban bosques. Pero también de historias sencillas de hombres sencillos, que arrancaban las carcajadas de los niños.
El espectáculo resultaba embriagador, mágico. Los días posteriores, en otro lugar de mi viaje, me preguntaba si aquello había sido real. Nunca había vivido algo como aquello y jamás lo he vuelto a vivir.
Muchos meses después, ya de vuelta a mi país y a mi vida, supe que un grupo de hombres, soldados que decían pelear en nombre de un dios, de cualquier dios, había arrasado la aldea. Nadie quedó vivo. Solo las moscas.
Francisco, asi es, las moscas forman parte importante del devernir de los días y las gentes. Suerte y saludos
Del arte de contar bien las historias salen las leyendas y lo que hemos aprendido durante generaciones de las generaciones precedentes, es parte de nuestra memoria histórica como especie.
Pero eso no quiere decir que todo el mundo lo vea del mismo modo y, lo que es peor, decida sin más acabar con todo ello, vete a saber por qué razones.
Esto es lo que me ha trasmitido tu micro. Enhorabuena