84. NADA SALE MAL
Recuerdo a mi padre distanciarse del grupo donde se servía limonada. En las playas o en los jardines siempre tenía algún motivo para alejarse de nosotros.
Nunca le vimos tomar una fotografía pero las que encontramos muchos años después debían ser suyas. Estuvo suficientemente cerca y suficientemente lejos de nosotros para retratarnos. Lo imagino con una de esas cámaras que se colgaban del hombro y tenían una funda de cuero.
Las fotos recogen oasis olvidados y casas donde tal vez dormimos una noche en camino hacia otra parte.
Nadie guardó las fotos en un álbum porque eran nefastas y pertenecían a una época que no merecía la pena recordar.
En las tomas aparecen objetos que solo a mi padre hubiera interesado retratar. Nunca supimos su interés por las fotografía.
Las fotografías aparecieron en un desván, dentro de una maleta con correas, estampada con etiquetas de hoteles a los que no fuimos nosotros. Supongo que las dejó para que lo conociéramos de otros modo, para que supiéramos lo mal fotógrafo que había sido.
Hubo un tiempo en el que vivimos con padre invisible. Los encuadres eran desastrosos. Fueron el legado de un inepto que insitía