72. Naturaleza salvaje
Hortensia retira una a una las hojas secas, poda las ramas tronchadas, recorta tallos feos. Coloca los maceteros con estudiada armonía. Con estos calores está baldada. Posa las manos sobre las lumbares. Se reclina hacia atrás y siente un dolor agudo. Pero eso qué importa. Ya sabe ella el trabajo que cuesta mantener el jardín más envidiado del pueblo. Cada maceta, rama, flor y hoja ocupa un lugar exacto en ese vergel, sometido al riguroso orden de Hortensia. De la parra vuelve a descolgarse la rama rebelde que tantos disgustos le da. Cae otra desde el lado izquierdo, otra desde el derecho. Hortensia las recoloca. Esta vez las ata con hilo de sedal y doble nudo. Les grita que ya no podrán escapar.
Agotada, se recuesta en la tumbona, bajo la sombra de la parra. Pronto un cosquilleo le acaricia los tobillos, sube por los muslos, rodea el estómago y trepa hasta enredarse en su cuello. Siente cómo un fuerte tirón la levanta del sitio.
Aún se preguntan en el pueblo con quién se habrá largado la Hortensia y por qué ahora su parra da unas uvas tan carnosas que dejan un extraño regusto amargo a pétalo de flor.
Las ramas de las parras tienen algo de brazos de monstruo. Frente a ellos, una mujer con nombre de flor delicada poco puede hacer, salvo fusionarse con el árbol rebelde. Aunque haya sido una unión a la fuerza, es posible que Hortensia viva feliz, formando parte de ese jardín al que tanto se dedicó.
Un relato que transcurre por unos cauces normales, para transformarse en una historia que sorprende e inquieta.
Un abrazo y suerte, Elena
Muchas gracias por tus comentarios Ángel. Un abrazo fuerte.