127. NAUFRAGIOS (Luisa R. Novelúa)
El batiscafo que había ocupado su parte de la pared emergió de la caja de cartón como un torpedo directo al corazón. Noqueada hasta el extremo de no oír las exclamaciones de su hermana cuando desplegó el póster gigante de Leif Garrett, tardó unos segundos infinitos en lanzarse a la búsqueda de la enciclopedia del mundo submarino, que aún conservaba el olor de sus sueños infantiles.
Todo estaba allí, en el trastero del piso familiar que acababan de poner a la venta tras la muerte de su padre y el ingreso de su madre en una residencia especializada en demencia senil: las carpetas de María, forradas con pegatinas de la revista SuperPop y que ella despreciaba desde la superioridad de su vocación inquebrantable, o el gorro rojo que usó hasta bien entrada la adolescencia.
Pero hacía tanto tiempo que había dejado de echarlo que ahora no sabía qué hacer con el espejo que le devolvía la imagen irreconocible de quien quiso ser. Era como si su madre, desde el abismo de su desmemoria, le devolviese con un golpe de mar lo que parecía olvidado para siempre.
Por ley de vida, antes o después, los hijos han de poner orden en la casa familiar donde se forjaron tantos sueños e ilusiones, algo que siempre conlleva un viaje al pasado asociado a una comparativa inevitable con el presente; un balance inevitable entre las expectativas creadas cuando todo parecía posible y la realidad posterior; un contraste entre la pérdida de memoria de esa madre y el resurgir «como un golpe de mar» de cuanto parecía olvidado. Todo para percatarse de que en ese navegar vital, a través de una percepción más agria que dulce, muchas cosas han naufragado para siempre.
Un abrazo, Luisa. Suerte