87. NIDO VACÍO
Solo con rozarles la piel sentía el temblor de los proyectiles que los cañones vomitaban sobre las trincheras.
Comenzó por susurrarles al oído palabras tiernas mientras les acariciaba delicadamente el rostro, porque no soportaba que estos muchachos, que habían vivido una guerra no elegida, se alejaran de la vida entre soledad y estruendos amargos.
Acabó por asumir, no sin dolor, que esas camas frías por fuera y calientes bajo el embozo, cambiaran de residente en un excesivo continuo.
Y así como el tiempo escribe la historia, comenzó a sentir un deber inexcusable que transformó su afecto en un cruce de amor y pasión.
Sus manos comenzaron a deslizarse bajo las sabanas a la altura de unas caderas que aunque inertes, eran capaces de sentir el ritmo de unas amantes caricias.
Cada día tenía una intensidad superior al anterior, hasta que las noches de guardia dieron ese máximo posible que no hace falta describir.
Cuando la contienda concluyó en un armisticio, a la espera de la siguiente, ella intentó cuadrar una nueva vida, pero tras varias parejas e hijos, nunca dejó de echarlos de menos, aunque sintiera que no era ético, ni justo, ni sano.
Javier, tengo un nudo en la garganta y me falta el aire. El horror de la guerra tiene esos momentos íntimos que tan bien has descrito. No soy nadie para decirlo, pero tal vez la última frase puedes revisarla. Por lo demás, tu historia es tremenda! Felicidades.
Gracias, María, por tu comentario.
Esa última frase era muy importante porque es donde quería que se viera que ella era consciente de que añorar aquellas circunstancias no era bueno aunque le fuera imposible no hacerlo. La dicotomía entre sentimiento y razón que a veces vivimos, pero si no te ha gustado será que me equivoqué.
Besos