85 No es el mazo sino el fuelle
Míralo, otro que quiere ser poeta. Lo estás viendo delante del ordenador mientras piensa. Te extraña que tarde tan poco en ponerse a escribir. En unos veinte minutos ya lo tiene. Lo recita en voz alta y te tranquilizas. No solo te parece que lo ha hecho como si leyera el periódico sino que has escuchado un poema de pocas luces.
Luces, eso ha sido cosa tuya. Y te llevan a los faros de un camión. Y acabas de repente en la cabina del conductor. Lo ves feliz, es lo que quiso ser desde pequeño. Y te adentras en sus pensamientos: La carretera, una cremallera. Se va abriendo delante de mí y se cierra detrás. Pasado, viento que no te dará en la cara. Presente, ráfaga que está y desaparece. Futuro, el lápiz en mi mano. Todo es quietud en movimiento. Soy luciérnaga aunque el campo quiera ser baldío.
Baldío, eso lo ha pensado él. Y ahora tú, ante una nueva página en blanco, quieres conectar a padre y a hijo en un sublime soneto.
Llevas tres horas.
¡Vete a dormir si puedes!
De tal palo tal astilla. Si un camionero es capaz de ver en la carretera una cremallera que se abre y se cierra, es que posee inquietudes literarias que puede heredar su hijo, que seguro que tiene más luces de las que él se piensa, de hecho, ha terminado el poema en mucho menos tiempo que él. Para los dos y para cualquiera que trate de escribir, nada hay más deslumbrante que el papel en blanco, todo un desafío.
Una historia luminosa en la que se suceden retazos con conexiones invisibles que, como piezas de un puzzle, terminan por encajar.
Un abrazo y suerte, Javier