NOV139. LA VIDA DEMORADA, de Begoña Guerra
Una lengua de fuego fue la que, siete días después de los idus de agosto, redujo a la niña Livia Domitia, de siete años, a un simple hueco.
En realidad, más que lengua era una de las vísceras sanguinolentas y palpitantes del Vesuvio. Se comió la ladera, atravesó las calles y llegó hasta la casa sin que nadie ni nada se le opusiera. Sorteó al canem, que para entonces no era más que un espectro, esquivó el impluvium que a esa hora ya no contenía agua sino hervor y puso en fuga a siete siervos medio manumitidos. Al fin encontró a Livia, cuyo cuerpo, de temeroso e implorante, se hallaba acurrucado, y la invadió de modo que fue perdiendo la sustancia, la esencia de la que todos estamos formados y se fue consumiendo y poco a poco abandonando el espacio que venía ocupando hasta que se volvió simple hueco, como antes quedó dicho.
Así, ausente, translúcida, invisible, estuvo Livia aguardando que los dioses vinieran a re-crearla vertiendo de nuevo en su espacio ausente el barro primitivo con el que vienen de siempre moldeando a todos los seres.
Una simple figura de barro es, pues, Domitia, la de la vida demorada.
Begoña, ágil y original relato. Suerte. Un saludo.
Begoña, me gustaron mucho la fluencia y el ritmo de esta incursión en el pasado; el título es muy bueno también.
Un abrazo.