NOV92. ESE SILENCIO, de Calamanda Nevado
Crecida la mañana y pleno el mediodía, Luis, aburrido de clase, asomó su afilada mirada por los ventanales abiertos. Buscaba, contiguo al colegio, el gozo candoroso del puesto de golosinas de José. Mientras lo recogía cayó sobre él, desde el altísimo invernadero del colegio, una gran maceta de rosas rojas. El niño, rápidamente, recorrió con los ojos la guirnalda de su balconada. Allí los profesores de biología y gimnasia, sorprendidos y descubiertos, remarcaron silencio sobre los labios. Esa tarde tenía clase con ellos; se escondió en los lavabos. El viernes, de nuevo, le dolió alrededor de la cintura; tampoco pasó. Así mismo, las semanas y meses siguientes.
El quiosco, oscuro, continuaba cerrado; y su cuerpo cambiaba. Un sendero de grasa derramaba su abdomen, y una desierta culpa ahogaba su mirada. Ya no alborotaba. Doliente, recogía los desgastados enseres en su mochila; y silencioso marchaba a casa solo. Sus padres, siempre sombríos, ocasionalmente le preguntaban por esas asignaturas. Se arrebolaban y encendían, acérrimos como el fuego, sus pómulos; despojando sinceras y repetidas respuestas sin voz. Ese silencio, permitió apagarse el resplandor de sus extraordinarias dotes para el deporte; y el amor de sus padres. Nunca aludieron, las continuas faltas a clase.
Calamanda, la incomunicación es un horror. Suerte.
Angeles, gracias, estoy de acuerdo contigo. Un saludo.
El peso de la responsabilidad, en un niño, se maneja muy mal. Felicidades y suerte.
Natalía, este niño no contaba lo que le ocurría, y se hizo mucho daño. Gracias. Un saludo.
Debe ser cosa mía, que tengo el día tonto, pero no llego a entenderlo del todo. No sé si es una historia de acoso escolar o la historia de un niño que encuentra en las chucherías la única dulzura de su vida.
🙂
Paloma, te comento como a Inés. Dejó de obtener golosinas en el quiosco cerrado, pero… no las dejo de comer. El acoso, efectivamente, por parte de los profesores exigía su silencio; unido al que respiraba en casa lo apagaron. Un saludo.
No sé, Calamanda, yo he visto a un niño que sufre en silencio el acoso en clase, incluso por parte de profesores.
Luego, una total incomunicación con los padres, y ese escape en los dulces… que no me ha quedado claro si los come o no, ya que comentas que el quiosco siempre está oscuro y cerrado. Quizás estoy equivocada. Ya nos sacarás de dudas 😉
Besos!!
Inés, esa es la idea. Dejó de obtener golosinas en el quiosco cerrado, pero… no las dejo de comer. El acoso, efectivamente, por parte de los profesores exigía silencio; y unido al que respiraba en casa lo apagaron.
Calamanda,el texto esta bien escrito y bien narrado pero en mi opinión le falta un poco de claridad. Por ejemplo, un sendero de grasa derramaba su abdomen. Me lo puedes explicar por favor. De todos modos encontré tu relato interesante. Un fuerte abrazo, Sotirios.
Sotirios, gracias. Sendero lo he utilizado a modo de vericuetos de grasa. Michelines, que solemos decir, sobre la cintura y toda esa parte del cuerpo. Un abrazo.
Es una historia triste, buenos varias historias entrelazadas: el acoso, la indiferencia de los padres, su resignación, el cambio físico. He tenido que leerla varias y veces y los comentarios anteriores me han ayudado a verlo claro, coincido con Sotirioss, la primera lectura queda un poco oscura, pero la historia, por desgracia, demasiado verídica. Me gusta mucho el título.
Si yo tengo que leer varias veces un escrito para entenderlo y aún asi no lo logro ,y tengo que recurrir al autor,no he logrado el cometido,será la próxima vez.Héctor
Hector. Gracias. Será la próxima vez. Un saludo.
Maria, gracias. Es así, demasiado verídica. Un saludo.
Has querido hacer un relato «silencioso» porque el acoso, no puede ser explicado casi nunca. Primero es abrir una herida y después todo el mundo ignora.
«Nunca aludieron las continuas faltas a clase».
Quizás los padres también estaban amenazados y en esa familia estaban obligados a guardar silencio.
En guerras, genocidios y similares, el silencio se impone.
Todo el mundo guarda silencio, unos por interés, otros por miedo. El fin destruir a la persona.
Anónimo, estoy de acuerdo. Demasiado a menudo el silencio, desgraciadamente, se adueña de la palabra dialogante. Gracias. Un saludo.
Todo niño que sufre me da pena.
Un beso
Epífisis, estoy contigo. El sufrimiento de un niño es lo más injusto. Gracias. Un beso.
Calamanda, he leído hasta tres veces el relato y no me quedaba claro, problema mío, sin duda. Luego, tras leer los comentarios veo tu intención. Releo: Me cuesta. Por ejemplo, ¿sobre quién cae la maceta? ¿Donde estaban los profesores, en la guirnalda de la balconada? Seguro que estoy lento. Venga, suerte.
Gracias Ximens. La guirnalda solo adornaba. Los profesores estaban en la balconada. la maceta cayó sobre José, mientras recogía el puesto. Suerte, de nuevo, también a ti. Un saludo.
El silencio de los niños siempre oculta un trauma. Me ha gustado tu relato, Calamanda.
Un abrazo.
Nicoleta. Gracias. Estoy de acuerdo. El silencio de los niños es una alarma que debemos escuchar. Un abrazo.
Calamanda, tu relato es interesante y me plantea algunas dudas
¿Al quiosquero lo asesinaron o fue un accidente?
Lo mas triste me parece la incomunicación con sus padres.
Creo que debe de haber mas personas «apagadas» de las que nos pesamos pues los traumas de la infancia marcan toda la vida.
Que tengas suerte, saludos
Un terrible asunto «acoso» ya sea en la versión que sea, delicado tema. Gracias Calamanda
Ramón, en este caso en versión infantil. Quizá la victima más desprotegida. Gracias a ti. Un saludo.
José Ángel, -el quiosco, oscuro, continuaba cerrado- Esa continuación le quiere dar un tono de para siempre. De no retorno. Gracias.
Suerte, nuevamente, para ti. Saludos.
Gracias por contestar Calamanda. Ya sabía que el hombre estaba muerto pero lo que quería saber es si los profesores lo mataron a propósito o si simplemente se les cayó la maceta cuando estaban allí.
Dirás que soy un pesado pero me pica la curiosidad.
Saludos
La idea es que simplemente ocurrió un accidente; y como sucede, a veces, no solo los autores no se hicieron responsables sino que les molestaba el testigo. En él vertieron, como un veneno, el peso del silencio cómplice. Perdona si no me extendí en el comentario anterior para contarte esto mismo. Gracias siempre a ti. Saludos
Terrible tu historia del niño acosado, asustado, ignorado, anulada su vida. Es lo que queda claro; todo lo demás es accesorio. ¡Suerte!
Un beso,
Belén
Belén, muy terrible. Los niños no siempre se comunican con palabras y, cuando lo pueden hacer no encuentran las más claras. Quienes los amamos debemos tenerlo en cuenta. Gracias. Un beso
Muy doloroso es este relato y muy cierto por desgracia ho día.
Besicos muchos.
Gracias por la atención y los besos. Muchos besos para ti.